Frutos de la resistencia en Brasil

Pasando el parque Redenção de Porto Alegre, a dos cuadras del río, se encuentra el edificio de CaSanAT. Una colorida casa de una sola planta en una tranquila calle residencial es un punto de encuentro para activistas de la comunidad y alberga una vibrante feria una vez por mes. La gente llega de todas partes de la ciudad para comprar frutas, verduras, refrigerios, manualidades y otras cosas. Música en vivo, e incluso una transmisión radial en vivo contribuyen a generar un buen ambiente. CaSanAT es un punto de conexión entre la ciudad y el campo.
“Nuestro puesto es hermoso. Tenemos una tienda de segunda mano muy variada y vendemos mermelada de pimientos y de bergamota”, dice Vania Pierozan, que comenzó a llevar productos a la feria de Frutos de Resistencia en 2016 y continuó yendo desde entonces. “Hay una gran selección de cereales, pan y más mermeladas. Y tenemos artesanías”.
Pero la feria es más que lo que se ve a simple vista. Pierozan pertenece a un colectivo llamado Somos Soma (‘somos suma’) del Quilombo do Sopapo, un centro cultural comunitario manejado por varios grupos que existe desde 2008 con la visión de trabajar para garantizar la inclusión social. El terreno donde hoy se encuentra Quilombo do Sopapo es codiciado por promotores inmobiliarios. A través de Somos Soma, las/os residentes han resistido el desalojo durante 13 años.
Sopapo “es donde encontramos el apoyo para obtener nuestros frutos de resistencia”, dice Pierozan.
“En estas redes de intercambio y comercialización, discutimos sobre muchas cosas relacionadas con la economía solidaria. Es un movimiento muy reciente para nosotras/os, pero está avanzando constantemente”.
Gestionado por Amigos de la Tierra Brasil (NAT/Brasil), en CaSanAT (“Centro de Arquitectura Socio-Ambiental para el núcleo Amigos de la Tierra” también se organizan debates sobre temas socioambientales. Cuando Pierozan llega para vender sus productos, también se siente atraída por el lugar por otras razones importantes.
“Creo en estas ferias como creo en las semillas”, afirma. “Cada pequeña feria es un sitio fértil donde propagamos nuestras ideas”.

CaSanAT se reconstruyó con tecnologías apropiadas tales como un lecho de evapotranspiración para el drenaje del agua: sólo un fregadero de todo el edificio está conectado al suministro de agua de la ciudad. “Es como si fuera una parte de mi propia piel. Es nuestra piel colectiva”, dice Fernando Campos, un arquitecto especializado en la bioconstrucción que trabajó en el proyecto.
Las paredes están revestidas con cal en lugar de cemento, las ventanas están situadas en lugares estratégicos para permitir que el aire circule por todas partes, casi todos los ladrillos son reciclados y las puertas y los marcos fueron recuperados y reutilizados. Las plantas del jardín del fondo proporcionan alimento y sombra en los días calurosos, y en el patio crecen bananos, maracuyá, hierbas y aguacates durante todo el año. Incluso hay un horno de pizzas para socializar.
“El bienestar y vivir bien en la ciudad, ese es nuestro objetivo”, dice Campos.
“Pero todo esto está en riesgo”, continúa. Desde la elección de Jair Bolsonaro en 2018, Campos afirma que ha observado una creciente “ola de fanatismo” contra las organizaciones sociales. “La confrontación era inminente».
Choques con Bolsonaro
A comienzos de 2020, cuando la pandemia de COVID-19 recién empezaba a golpear en Brasil, una colaboradora de CaSanAT que iba en camino para abrir las instalaciones fue interceptada por un funcionario judicial que le entregó un escrito notificándoles que tenían 90 días para desalojar el local.
“Al principio estábamos muy confundidas/os. Las razones para justificar esta decisión no parecían reales”, dice Letícia de Oliveira, coordinadora del programa de Justicia Económica y Resistencia al Neoliberalismo de NAT/Brasil.
Tan sólo tres días después de asumir como presidente, Bolsonaro reorganizó el aparato administrativo del gobierno nacional. El Ministerio de Planificación, que había autorizado a NAT/Brasil a usar el edificio de CaSanAT, fue transformado en Secretaría especial de privatización, desinversión y mercados. Oficialmente, el plan estatal era expropiar el edificio y venderlo en el mercado privado, argumentando que eso era necesario para reducir la deuda nacional. Pero la dirigencia de CaSanAT sostiene que las medidas encajan en el patrón de conducta del gobierno de Bolsonaro de poner en la mira a cualquiera que considere un posible oponente político.
El momento no podía ser peor: CaSanAT estaba ajustando su funcionamiento para ayudar a gente que estaba pasando dificultades por la pandemia de COVID-19. Distribuyendo alimentos y productos de higiene a miles de familias, estaban cubriendo las carencias que dejó el gobierno de Bolsonaro con su manejo inadecuado de la pandemia. A febrero de 2021, más de 250.000 personas habían fallecido de COVID-19 en Brasil, lo que lo convierte en el segundo país con mayor número de fallecimientos por esta causa, después de Estados Unidos.
A NAT/Brasil no le quedó más opción que luchar contra la notificación de desalojo en los tribunales, consiguiendo su aplazamiento temporal luego de que un juez dictaminara que el desalojo no era un asunto urgente. “Por lo menos ganamos tiempo”, dice Lúcia Ortiz, vicepresidenta del directorio que supervisa a CaSanAT. Mientras el caso avanza en los tribunales, CaSanAT ha activado una campaña virtual para concitar apoyo popular.
Voluntarias/os e integrantes de la organización han cambiado el camino que hacen para llegar a CaSanAT y se les recomendó que no vayan ni vuelvan solas/os por miedo a recibir ataques físicos por parte de los aliados de Bolsonaro.
“Creemos que podemos ganar esto y perseverar en base a todos los valores que siempre hemos compartido y la solidaridad entre la clase trabajadora», dice de Oliveira.
La Advocacia Geral da União (la fiscalía general de la nación, la institución vinculada al gobierno de Bolsonaro que acudió a la justicia para desalojar el edificio cedido a NAT/Brasil) se aseguró de que la solicitud de restitución de CaSanAT fuera denegada en agosto de 2020, en vista del contexto de la pandemia de COVID-19. El proceso continúa pendiente en los tribunales y se está a la espera de la audiencia que decidirá el futuro de CaSanAT.

Cómo funciona CaSanAT y su resistencia en Brasil
La hostilidad de Bolsonaro generó conmoción, porque CaSanAT solía tener el apoyo de Brasilia. El edificio pertenece al gobierno federal de Brasil y se cree que en algún momento fue una escuela. A comienzos de la década de 2000, el gobierno decidió ceder el edificio principal de 170,50 m2 para uso social. Después de enterarse que había una organización de la sociedad civil, Amigos de la Tierra Brasil, que estaba buscando una sede en Porto Alegre, el ministerio de planificación aceptó dejarles el edificio en usufructo.
El proyecto de CaSanAT comenzó a tomar forma en 2004.
“El edificio se estaba derrumbando cuando llegamos”, recuerda Ortiz. “Fueron meses de aprendizaje y de trabajo, con muchos intercambios de conocimiento entre voluntarias y voluntarios».
Desde el sistema de recolección de agua, a los desechos orgánicos que se usan para fertilizar el jardín y los diversos grupos que se benefician del espacio y contribuyen con sus propios conocimientos, “procuramos desarrollar y aplicar técnicas sustentables innovadoras”, dice Ortiz. “Todo sin recibir ni un centavo ni materiales de las grandes empresas».
El desarrollo del proyecto de CaSanAT se dio en cuatro etapas: reconstrucción del edificio, creación de la feria, construcción de un centro de documentación y, finalmente, su difusión entre la comunidad en general. CaSanAT alberga el Centro de Documentación Ambiental Magda Renner, en honor a quien fuera la presidenta de NAT/Brasil entre 1974 y 1998. El centro incluye una colección de más de 3000 publicaciones sobre medioambiente catalogadas, y documentos que contienen la historia del pueblo gaúcho y de los movimientos ambientalistas de Brasil.
Al mismo tiempo, el equipo de CaSanAT ha compartido su proyecto con diversas comunidades quilombola (áreas ocupadas por comunidades de afrodescendientes históricamente en rebeldía contra el régimen colonial) y comunidades indígenas, con la esperanza de que su experiencia pueda servir de ejemplo en otros lugares. Reivindicar este espacio fue un acto político para la organización, que le ha permitido a la gente recuperar su derecho a la ciudad, afirma Ortiz. “Nuestra presencia aquí nos llevó a reclamar políticas públicas y demostrar que es posible multiplicar la sustentabilidad y la cultura para miles de personas”, agrega.
El mercado agrícola campesino Frutos de Resistencia fue parte de la segunda etapa, y antes de la pandemia solía realizarse cada quince días. “El modelo de comercio justo significa precios más bajos para los consumidores e ingresos más altos para las/os agricultoras/es”, dice de Olivera.
“Pero es mucho más que un espacio para comprar productos”, continúa. “También es un espacio de aprendizaje. Tras percibir las inquietudes de las mujeres agricultoras, también entretenemos y educamos a sus hijas/os mientras ellas trabajan en la feria».
En 2020, CaSanAT fue galardonada con el Premio del Público de ‘Ciudades Transformadoras’. Isadora Hasting, del comité de evaluación, comentó: «A partir de un cambio en las relaciones de poder mediante la promoción del control local y la democracia participativa, los integrantes de este proyecto ya han generado una economía que fomenta sociedades sostenibles, sin la explotación de la clase trabajadora ni sus medios de vida, y procuran desarrollarse con criterios de justicia ambiental, social, económica y de género, y de soberanía y autodeterminación de los pueblos».
Cuanto antes pueda volver a funcionar CaSanAT, mejor.
Texto de Giovana Fleck. Foto principal: El grupo Sementes de Baobá presenta un espectáculo artístico musical en el 15º mercado Frutos de la Resistencia en octubre de 2019. Foto: Carol Ferraz/Amigos de la Tierra Brasil.