Podemos alimentar al mundo y proteger nuestros bosques, pero para ello necesitamos un cambio de sistema

¿Nos preocupa más la gente o los bosques? Esta parece ser la pregunta implícita en gran parte del debate actual en el que la producción de alimentos aparece enfrentada a la protección de los bosques y la conservación de la naturaleza. Un debate que implica grandes presiones políticas porque la oferta limitada de tierras supuestamente impediría hacer realidad ambas cosas. Pero se trata de una dicotomía falsa. Sí, el destino de los bosques que quedan y nuestros sistemas alimentarios están íntimamente relacionados. Pero es la combinación de los sistemas de agricultura industrial y las plantaciones industriales de bosques lo que está haciendo estragos. Existen soluciones, tal como explica nuestro nuevo informe, si transformamos la forma en la que concebimos y gestionamos nuestras tierras de cultivo, bosques y recursos naturales en pos de la agroecología y el manejo comunitario de bosques.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) trabaja con los gobiernos, los pequeños productores de alimentos y la academia en el identificar cómo multiplicar el alcance (proporcionar apoyo institucional y político) y expandir (geográficamente) la agroecología. Para que sea exitosa, es esencial que los tomadores de decisiones entiendan que la agroecología tiene que ver con cambiar el sistema social, económico y político de la producción de alimentos, no simplemente aplicar técnicas para modificar las prácticas agrícolas. También es clave que ampliemos nuestra mirada respecto de la agroecología, inclusive como forma de aumentar el poder y control de las comunidades locales por sobre sus recursos, como ocurre a través del manejo comunitario de bosques.
Hoy en día no cabe duda, incluso de parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de que la agroecología representa un camino para liberarnos de los estragos ampliamente documentados del sistema alimentario industrial, tales como el cambio climático, la destrucción de la biodiversidad, enfermedades asociadas a la dieta, envenenamiento con plaguicidas, acaparamiento de tierras y desplazamientos, violación de derechos laborales, endeudamiento de los agricultores e incapacidad de alimentar al mundo, especialmente a las comunidades más marginadas. Ese reconocimiento es un gran paso adelante.
Pero hay que hacer más. Amigos de la Tierra Internacional y los movimientos sociales de pequeños productores de alimentos, los pioneros de la agroecología y sus principales protagonistas, admiten que para que el movimiento agroecológico pueda alcanzar todo su potencial es necesario que enfrente las relaciones de poder y aborde asuntos relativos al control y la autonomía y el propósito mismo de nuestro sistema alimentario.
¿Para quién producimos? El sistema industrial se centra en la producción de commodities agrícolas –aceite de palma, soja, maíz y carne comerciados en mercados financieros y de commodities mundiales cuyo único objetivo es extraer las mayores ganancias posibles para las empresas financieras y de alimentos. Estas mismas commodities agrícolas son responsables de la mayor parte de la deforestación a nivel mundial.
¿Quién tiene el control del sistema? Actualmente, son las grandes empresas globales financieras y de alimentos quienes detentan el control del sistema alimentario industrial. Esto determina que, para multiplicar el alcance de la agroecología, los campesinos y pequeños productores de alimentos tienen que estar luchando permanentemente por la tierra, para acceder a ella, por su control y su uso, para moldear y configurar las tierras y el territorio físico –compuesto por comunidades, infraestructura, suelos, agua, biodiversidad, aire, montañas, valles, llanuras, ríos y costas. En las zonas donde se ha propagado con éxito a cientos de miles de productores de alimentos, la agroecología ha servido como vía para que los campesinos obtengan el control de sus recursos productivos y territorios a fin de alimentarse a sí mismos y sus comunidades con métodos agroecológicos.
¿En qué valores sociales, políticos y culturales se basa el sistema? El sistema industrial está diseñado para garantizarles a las grandes empresas agroalimentarias oligopólicas jugosas ganancias y cuotas de mercado inéditas. Considera al mundo natural y los pueblos como fuentes de explotación y lucro. El sistema agroecológico entraña la posibilidad de privilegiar el bienestar de los pueblos por encima del lucro –alimentando al mundo con alimentos locales saludables, haciendo un buen manejo y gestión del ambiente rural, preservando el patrimonio cultural y los modos de vida campesinos y de la agricultura familiar, y construyendo resiliencia frente al cambio climático.
¿Es mucho pedir? No. En el mundo hay aproximadamente 500 millones de campesinos y agricultores familiares que ya hoy producen el 80% de los alimentos del mundo. Sus tierras ya alimentan a entre un 70 y 80% de la población mundial y, a diferencia de lo que generalmente se cree, cada vez son más. Si bien no en todas estas tierras se practican la agroecología o la soberanía alimentaria, muchos de estos campesinos y pequeños agricultores ya están en lucha contra el agronegocio por el futuro de nuestro sistema alimentario.
Es más, los campesinos no están solos en esto. La FAO estima que hay alrededor de 1200 millones de personas que dependen de los bosques, muchas de las cuales también practican alguna forma de agroecología en su vida diaria. Muchas de estas comunidades, tales como aquellas de Pueblos Indígenas, ya gestionan sus bosques y territorios para beneficio colectivo. Numerosos estudios demuestran que los bosques manejados por las comunidades son más ricos en biodiversidad que los preservados conforme a otras modalidades de conservación.
La agroecología y el manejo comunitario de bosques están íntimamente relacionados. Ambos fortalecen el control comunitario por sobre el territorio, privilegian los derechos de los pueblos por encima de las ganancias para las economías de mercado, reconocen el papel y la autonomía de las mujeres, promueven los mercados locales y las economías sociales y de solidaridad; defienden y gestionan el conocimiento tradicional, el patrimonio de las comunidades y los bienes comunes, y promueven y fortalecen una visión que no está únicamente centrada en el uso que dan los seres humanos a la naturaleza sino en el valor de la naturaleza en sí misma.
Tal como indica nuestro informe, existen muchas pruebas y ejemplos de gente que pone estos valores en práctica. Nuestro desafío es generar mecanismos institucionales y sociales que permitan que estas soluciones prosperen.
Este artículo se publicó originalmente en The Ecologist